Da igual lo que es real
—Ahí, ¿Qué hay?
—Es donde dejamos a los que enferman cuando el recorrido es muy largo… digo, lo suficientemente largo.
—Pobre del que se enferme en este paraíso, con lo que ya he visto no tengo ganas de que termine.
—No tiene por qué terminar, puede quedarse cuanto quiera…
—No pagué lo suficiente…
—Lo suficiente es lo que pueda entregarnos su maravillosa imaginación, el resto es solo una superflua construcción… todo lo hermoso que ve es lo hermoso que es usted.
—Cuando despierte felicitaré al místico ¡Vaya mundo al que me ha traído!
—No tiene por qué despertar.
—Tiene razón —dijo, cediendo en sus palabras.
Era su primera experiencia como onironauta, claro; había intentado anteriormente pero solo había dado con charlatanes o inmersiones poco lucidas, poco convincentes. Pero ahora estaba bajo la poderosa influencia de un maestro en esta escondida arte de la navegación por el subconsciente.
—¿Hacia donde vamos? Me encanta la naturaleza y estar sobre el agua… me encanta que estemos navegando por un inmenso río entre boscosas montañas. Me encanta, de seguro, todo esto, pero; parece repetirse una y otra vez.
—Es una sensación común, no se preocupe.
En efecto estaban navegando en una barcaza a través de un río, el agua era limpia y las montañas por otro lado parecían estar descansando de una reciente tormenta.
Al poco andar las montañas desaparecieron y en un parpadear el onironauta se vio sentado con los pies estirados apoyado en una palmera que ocupaba un tercio de una diminuta isla. Icónico, le recordó a una pequeña tira cómica que leyó alguna vez en un diario.
—Una pausa, ya está. Pero me gustaría hablar con alguien, que me salgan branquias y bucear, hablar con sirenas o por ultimo una caña de pescar mientras fumo mis cigarros favoritos que ya no están a la venta. ¿Puedo hacer todo eso?
Un pequeño cangrejo se acerco a sus pies desde donde acababan las pequeñas olas, y le dijo:
—No tiene por qué limitarse. Acá todo es “tanto como usted quiera”.
—También me gustaría un poco de privacidad —le dijo un poco molesto al que en un principio se había presentado como su anfitrión.
—Oh, si. Por supuesto. Disculpe si de alguna manera le arruino su experiencia. De todos modos estaré cuando usted quiera y donde quiera, por no decir que estoy en su cabeza y a su disposición.
— ¿Como le llamo? —le preguntó, luego de cuestionarse si lo que le había dicho sobre su cabeza era para hacerlo reír o perturbarlo.
—Respondo al nombre de Adoquín.
Adoquín desapareció antes de que le pudiera preguntar por la firmeza de su nombre, y con ello también desapareció toda firmeza y coherencia de su estreno en lo surreal.
Cayeron miles de cigarros, cosa que ya no se podía ver la arena de esta pequeña isla. Un encendedor del que se desprendía una continua llama flotaba cerca de su nariz, por el frente de él. Lo tomó y prendió uno de los tantos cigarros.
Al toser notó que no solo le salía humo por la boca sino también por abajo de sus mejillas.
—¿Qué es esto? —preguntó consternado.
—Branquias —respondió una voz que no pudo ubicar en su urgencia.
—¿Quién habla?
—La sirena que ronda su imaginación.
—Bien, bien … —dijo ya ubicándola con la vista.
—¿Bien, bien?
—Dije cosas pero siempre digo cosas, otra cosa es que se cumplan.
—Sin embargo, si no haces nada ahora, no pasará nada.
El onironauta busco en la mirada de la visitante —¿o el era un visitante?— cierta coquetería pero no encontró nada que le sugiriera tal aventura.
—Pues, a la aventura —anunció.
Se lanzó al agua y empezó a usar sus branquias por vez primera. No le costo nada.
—Es un sueño, después de todo —dijo, entre burbujas.
—Somos parte del sueño.
—¿Eres real?
—Somos reales —le dijo la sirena, y le agarró la mano para internarse a lo más profundo del mar.
Así pasaron los días disfrutando de los maravillosos bosques submarinos, acompañaron sus noches con brillantes medusas, jugaron con delfines de innumerables colores, y se conocieron lo suficiente como para olvidarse de lo real.