—¡Woooow ! ¡Qué bien te queda ese disfraz, José! — dijo sorprendido su amigo Joaquín.
—Lo sé, hasta siento que me vuelvo mas lento jaajajj
—Si, ¿Cómo hiciste para dejar el rastro de baba?
—¿Cuál baba?
José, que estaba con su disfraz de caracol, al tratar de levantar un poco el esponjoso disfraz para ver la supuesta baba… se dio cuenta que no podía…más aún, no sentía sus pies… pero aún así estaba consciente de que se estaba moviendo…
—¡Que gran dedicación a tu papel de caracol José, me fascinas! —dijo Joaquín con una amplia sonrisa.
José no entendía, o más bien entendía todo pero hubiera querido no haberse dado cuenta de nada.
Cuando se iba acercando a una escalera antes de entrar al lugar de la fiesta, se asustó un poco al estar prácticamente deslizándose y no tener el control de su cuerpo, pero al hacer contacto por sobre el primer peldaño y de ahí pasar al segundo, notó una suavidad muy reconfortante como si estuviera sentado en un auto a una velocidad muy lenta y con unas ruedas muy viscosas.
Miró hacia atrás buscando a su amigo Joaquín, pero antes le interrumpió lo que le habían hecho notar antes: tras su rastro había un camino de baba muy parecido al que dejan las babosas y los caracoles.
—¡Caracol!¡Caracol!¡Caracol!¡Caracol! —gritaban un grupo de niños que veían pasar al lento Joaquín y su rastro de baba.
—¡Polilla!¡Polilla!¡Polilla!¡Polilla! —gritaron el mismo grupo de niños cuando vieron que al contrario del terrestre caracol, arriba de él pasaba una polilla gigante, que después se posó sobre el caparazón de José.
—José, no vas a creer lo que me acaba de pasar —dijo Luis, agitando sus alas de la emoción.
—Tu no vas a creer lo que acaba de pasarme a mi. ¡Lo que me está pasando!
—Ya veo, así que a ti también te “comió” el disfraz. Eso quiere decir que…
—…Que Joaquín… —agregó a la frase que no quería decir Luis.
—¿ Se convirtió en un coleccionista de bichos ? —preguntó finalmente.
La polilla y el caracol gigante miraron hacia atrás, y Joaquín no parecía haber cambiado mucho su disfraz de recolector de bichos, disfraz que consistía en unos binoculares, uno traje tipo semi-camuflaje y una red para atrapar bichos, y sal.
Lo que si había cambiado y era preocupante para estos nuevos seres era que Joaquín ahora medía cuatro metros, su red de bichos unos 5 metros y la pequeña bolsita de sal de sal ahora era un saco gigante de este letal ingrediente para limpiar los jardines de babosas y caracoles.
—Chicos, no se enojen pero mi instinto me dice que debo hacer algo con estas cosas y ahora que los veo a ustedes todo parece tener sentido… —declaró Joaquín.
—Pero si era un juego para reírnos entre nosotros —dijo con una tímida sonrisa la polilla Luis.
—Hacer un pequeño show y reírnos, si —insistió el caracol José
Los niños empezaron a gritar, cada uno tenia su favorito a quien apoyar, y a decir verdad: yo era uno de ellos, y puedo decir que fue una de las noches más entretenidas y anecdóticas de mi vida.
Al final no sucedió nada malo, al contrario; la polilla creció aún más y agarró a Joaquín de los hombros, el que a su vez sostenía al caracol y emprendió vuelo para pasearlos durante gran parte de la noche y así apreciar el carnaval desde una vista y ocasión privilegiada.
Así rieron, y más.
Y yo también.