Esta historia era para un concurso de Halloween, pero se me olvidó lo más importante: Halloween jajaj pero igual fue entretenido. Tenía que elegir entre cuatro objetos que también referían a un lugar. En mi caso, elegí: Tarjeta de acceso a una única habitación en un hotel de reputación. Y resultó lo siguiente…
En mi ciudad siempre ocurren cosas extrañas. Innombrables y difíciles de olvidar. Pero lo siguiente es algo que nadie más sabe a excepción de mí y bueno… de nosotros.
Soy guía turístico, y en el verano los hospedajes están abarrotados de gente al igual que los hoteles, así que ya estando en temporada alta mi jefe me encargó si podía ir a hablar personalmente a la gerencia del «Hotel Medianoche» para conseguir un piso entero para que se alojen los turistas que llegarían en unos días. Quería asegurarse de que fuera en ese hotel porque es el que más llamaba la atención a los turistas por su excéntrica construcción; debida en parte a motivos góticos, que de noche te transportaban a otro mundo, además que en Internet estaba puntuado en el primer puesto entre los de la ciudad.
Llegué al hotel, saludé al conserje. Después de revisar en el celular cuantos turistas llegarían, le pregunté si tenía disponible 19 habitaciones individuales y 5 matrimoniales. Y otra, cualquiera que sea, para mí.
—Claro, señor. Será un gusto tratar con su presencia y la de sus clientes. Eso si —agregó, dirigiéndome una mirada que duro más de lo que se consideraría normal—, el espacio podría ser un problema.
—¿Cuánto espacio falta? Puedo reubicar a algunos en un hotel cercano y quedarme en cualquiera de los dos hoteles.
—No, no —me replicó rápidamente—. Espéreme un momento. —Revisó algo en su pequeño computador y al terminar de teclear; cruzó los brazos y se quedó mirando la pantalla fijamente por lo que me pareció una eternidad. Al final de la espera, la computadora hizo un sonido extraño. Prosiguió—:
—Listo, queridísimo señor —me dijo, entusiasmado. Sacó una llave de un bolsillo interior, con ella abrió un cajón, de ahí sacó una tarjeta de acceso y me la extendió. — Ahora tiene permiso para ocupar nuestra exclusiva habitación premium. —No se me escapó el hecho de que no le importó dejar escapar una sonrisa que percibí; como mínimo, malintencionada.
—Ah, ¿Sí? Y ¿Qué tiene de exclusiva?
—Ya lo entenderá, señor. Debo decirle que queda en la quinta planta, y hacia allá solo puede llegar por las escaleras que se encuentran a mi costado derecho. También debo decirle que es la única habitación en esa planta así que si gusta de privacidad se convertirá en su lugar favorito.
—Cuando dijo «nuestra exclusiva habitación»: pensé en un acceso más rápido que tener que subir una infinidad de escaleras. Exclusiva, pfff… claro que sí. —Agarré la tarjeta de mala gana, le di la espalda al conserje y me la guardé.
Ya fuera del hotel, emprendí camino hacia la agencia de viajes y dejé notificado sobre la gestión, después organicé todo para el siguiente día, que es cuando llegarían los turistas. Ya terminado lo anterior; volví al hotel, sólo llevaba una mochila con el contenido justo para organizar las salidas turísticas, miré de reojo al conserje dedicándole tan sólo un breve saludo con la mano, y empecé a subir las escaleras hasta el quinto piso.
Noté algo muy raro, inusual en otros hoteles: el final de las escaleras sólo conectaba al quinto piso, no había otras puertas antes de llegar hacia mi destino. Al abrir la puerta, me encontré con la sorpresa de que no había ventanas y la única habitación se encontraba al fondo del pasillo… caminé.
El pasillo tenía un estilo particular: en este estrecho y claustrofóbico recorrido me encontré con una estructura gótica de lo más apabullante, y a medida que avanzaba vi como en las paredes se asomaban fauces esculpidas de lo más intimidantes, de lo que intuí debían ser gárgolas u otros seres surgidos cultivo de una amplia imaginación. Parecía haber sido transportado a otro tiempo y a otro lugar… muy lejano al hotel.
Ya estaba exhausto y quería descansar. Pasé la tarjeta por el identificador y abrí la puerta.
La habitación estaba decorada de un rojo oscuro e intenso, acompañado por un sobrio negro obsidiana, esto incluso pertenecía a los muebles y las cortinas… a pesar de que no había ventanas. Sentí un poco de claustrofobia. «Me dormiré y mañana me hospedaré en otro hotel»; pensé, ingenuamente.
Me tendí en la cama. Sentí algo en mi espalda, por dentro de la cama. Me hice a un lado y descubrí un control remoto. —Sentí un alivio extraño—.
—Al menos hay televisión —me oí decir.
—Sigue siendo un hotel —y ese fue el primer momento que la desconocida voz invadió mi soledad.
Me extrañé ante tal susto, miré por todos lados, pero no había nadie. «¿Y si hay algo debajo de la cama?», pensé; tal cual un niño tras una sudorosa pesadilla. Asomé mi cabeza por debajo, estirando mi cuello tanto como era posible, y sin despegar mi cuerpo de la cama y.… la verdad es que no había nada.
—No seas ridículo. No hay escondite más incómodo que ahí debajo —volví a escuchar al desconocido.
—¿Dónde estás? —atiné a preguntar.
—Apaga la luz. —Declaró.
«Claro; es mi cabeza. Me estoy volviendo loco con todo este stress del trabajo. Me digo que debo apagar la luz para que pueda descansar». Apagué la luz… me metí a la cama y recogí mi cuerpo instintivamente como si alguien me hubiera desafiado a emular un armadillo. En esta nueva forma parecía tener más peso y hundirme profusamente en mi cama. No quería abrir los ojos, solo quería dormir, pero la ansiedad me lo impedía. Mi corazón se aceleró y empecé a sudar frío.
—Así me gusta. Tu corazón siente mi presencia —le escuché de nuevo decir; a esta profunda y dura voz.
«Mañana me ausentaré del trabajo y lo primero que haré será ir al psiquiatra», pensé. Ajeno a lo que estaba ocurriendo en la realidad; me encontré desesperado por el deseo de que mi consciencia se fuera hacia el reino de los sueños y así descansar de una vez por todas. Me tapé por completo, sin antes ponerme los audífonos del celular para escuchar música y quedarme dormido; sin distracciones de voces imaginarias.
Ya creía estar durmiendo, con mis pies evitando el inseguro borde de la cama… Cuando sentí que en ese lugar… un peso hacia hundir el colchón, y se acomodaba a su gusto. Sentí… una mirada que penetraba a través de las sabanas. Ya no podía más. «Bajaré y le diré al conserje que me voy a otro hotel. Seguro que voces del piso de abajo», pensé ya exhausto mentalmente.
Me descubrí de mi nocturno escondite y cuando iba a prender la luz del velador… lo vi. Unos ojos rojos en la oscuridad…, que destellaban un aura aún más roja. Me eché hacia atrás, hacia la esquina. Los ojos rojos se acercaron, me miraron desde arriba y la sombra a la que le pertenecían… prendió la luz.
Ahí estaba, no era ningún monstruo. Vi a un ser humano, pero a la vez distaba de ser alguien que no llamaría la atención. Pálido como un cadáver y de rasgos duros. Por lo menos la voz ahora tenía cuerpo.
—¿Cómo entraste? —le pregunté, aún paralizado del miedo.
El desconocido prendió la luz y ahí me percaté de como la biblioteca que estaba al lado del velador y detrás de él: ahora estaba abierta hacia el interior en un ángulo de 90° grados. Me pareció extraño que un hombre como aquel, que no se veía provisto de una gran fuerza, hubiera sido capaz de moverla sin emitir mayor ruido o queja.
—Supongo que la cena está servida —me dijo, con profunda ironía.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté.
—Tradicionalmente no hablaría contigo, y a esta hora ya serías un cadáver en mis aposentos; en donde extraería de ti la dulce sangre de mis domingos.
—Sigo sin entender… ¡Aaaah!…
No pude decir más. Vi cómo se abalanzaba sobre mí, estando yo petrificado, con un hambre en sus ojos que no había visto antes en ningún ser humano. Con una mano me agarró el hombro y con la otra la nuca: y de esta forma aplicó su fuerza para hacerse con el acceso hacia mi desnudo cuello. Me clavó los dientes y de súbito; por fin pude… dormir…
Desperté como de una pesadilla. De nuevo pensé en que lo de ayer había sido mi imaginación y fui directo al baño a darme una ducha para despabilar. Pero al pasar por el espejo del baño, me miré de reojo, y… la verdad es que no me vi. Mi cara no tenía reflejo, mi cuerpo tampoco. Me asusté… Recordé la noche de ayer donde un extraño y palidezco ser clavaba sus dientes en mi cuello, me lo toqué y claramente había dos perforaciones que se negaban a cicatrizar aún. Recordé otro detalle, me volví hacia el dormitorio y examiné la biblioteca de la pared. La toqué y traté de mover, pero no había forma. Sacando libros noté que en una parte había una ranura para una tarjeta.
Busqué en el cajón del velador donde había dejado mi tarjeta de acceso y probé si tenía alguna reacción con la biblioteca. ¡Bingo! ¡Se abrió!
Cuando ya estuvo abierta del todo: vi que ahí estaba mi agresor, dándome la espalda.
—Entra —dijo—. Si no te has dado cuenta aún; el único que te puede ayudar en esta circunstancia: soy yo.
Entré.
—Mira, hijo —me dijo, de forma condescendiente—. Te lo explicaré de forma que ni tu ni yo perdamos nuestro tiempo. Soy el verdadero dueño de este hotel, o se podría decir el que permite que se use como un hotel. Mis únicos requisitos, fueron que mi sirviente fuera el conserje permanente y que no tocaran el quinto piso. Ahora, dilucidado esto, tu papel es simplemente seguir con tu trabajo y asegurarte de que todos los turistas a los que tan bien atiendes no salgan de sus piezas después de la medianoche. Te preguntaras «¿Por qué haría eso?». La respuesta es simple: ahora eres un vampiro y si no quieres una estaca en tu pecho debes trabajar con los de tu raza, aunque no seas de estirpe pura como yo. Mas aún, los turistas se nos unirán posteriormente. Lo único que debes hacer es que lleguen bien cansados al hotel, sin ganas de festejar, solo descansar… y a la noche yo me encargaré del resto.
—¿Por qué a mí? —le pregunté, a la vez que me preguntaba si aún era capaz de poseer un alma en mi nuevo estado.
—No te sientas especial —me respondió—. Todos los domingos mi sirviente me manda regalos. A veces los uso para suplir mi reserva de sangre, otras veces experimento con ellos… Bueno… y otras veces me resultan útiles para planes más grandes. Este es el último caso. Solo eres un peón en mi tablero.
—Como usted diga, señor. —Me resigné a su voluntad y emulé lo servicial del conserje en mis palabras. Esperaba que así me dejara libre después de esta «misión» que me había encargado.
—»Amo» me gustaría más. —Me miró desafiante.
—Amo, señor —dije, torpemente—. Perdón, quiero decir: como usted diga, amo.
—Bien.
—¿Y la luz señor?
—¿Qué pasa con la luz?
—Me voy a quemar.
—Jajajaj no seas ridículo. Esos son mitos modernos que están al mismo nivel que los monstruos bajo la cama.
Me sentí un poco avergonzado, aunque tenía justa razón para no estar enterado. Al fin y al cabo ¿Cómo iba a saber que todo esto sucedería?
Bajé y vi al conserje. Me lanzó una mirada cómo sabiendo lo que ya había pasado. Casi creí verle mostrar un colmillo. Aunque no me dejó en claro si su sirviente y actual conserje del hotel era uno de los suyos… o bueno… uno de los nuestros.
Hice la rutina de guía turístico con naturalidad: desde la introducción de los turistas al hotel y la vuelta a este, después de recorrer los típicos atractivos de la ciudad. Todo igual que lo prometido a excepción de la fiesta, inventé la excusa de que había muchos asaltos, violaciones y drogadictos los últimos días; demasiado peligroso como para salir a exponerse al centro de la ciudad, y les prometí que al próximo día haríamos una fiesta a lo grande en el hotel. Se lo tragaron.
Llegó el momento esperado, mi amo ejecutó su plan sin mayor problema. Los detalles de lo que ocurriría a continuación no los habría de predecir hasta que pasaron algunos meses y todo se volvió una nueva normalidad.
Con el tiempo y en esta nueva vocación de vampiro: me vi dándole órdenes a cada vez más personas que se fueron convirtiendo, y el turismo la verdad que nunca cesó. Es más; los turistas que después se convirtieron en vampiros siguen siendo mis clientes, pero ahora los recorridos turísticos son un tanto diferentes… En vez de catar los vinos locales, catamos los cuellos locales; y en vez de que compren artesanía local, agregamos una parada de gusto vampírico: visitas a distintas funerarias para comprar finos ataúdes, en los que nuestros convertidos turistas puedan descansar a gusto y llevarse algo de recuerdo.
Cuando los de la funeraria me preguntan por qué un guía turístico lleva a sus clientes a comprar ataúdes… y por qué los turistas, de hecho, les satisface la compra: les respondo que mi nuevo jefe es un vampiro, ahí es cuando se echan a reír y se olvidan del asunto.