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El callejón era lo suficientemente estrecho para dos personas o bueno; en este caso, para mi y el cadáver que se posaba al frente mio. Su estética no era la más viva, ya se le veían los huesos en ciertas partes del cuerpo. Hacia sus otras partes elegí no ver: había comido hace poco y mi intención no era vomitar.
Estaba tan quieto el ambiente, con el cadáver aún ahí; inmóvil, que parecía que había entrado en los dominios de una serie de fotografías bien escondidas. Me moví muy lento; temiendo su repentino despertar. Nunca me habían enseñado como reaccionar ante un cadáver: soy un simple ciudadano… llegando de un simple trabajo. Pensé en llamar a alguien; pero, ya era muy entrada la noche y no quería verme involucrado en interrogatorios o asuntos complicados.
Tan quieto… tan quietos. El cadáver y yo…quietos. Nos miramos. Quedé sin palabras. Lo veo… veo hacia su interior: no hay nada, ni un rastro si quiera de un corazón.
«Algún día seré un cadáver». Me di un tiempo para perderme en algunos pensamientos.
El ambiente parecía ennegrecer, junto con mi cordura. «¿Es el miedo a la muerte la única excusa para vivir?».
El cadáver… que parecía percibir mis angustias, también parecía dispuesto a regalarme un abrazo; pero, no contaba con las fuerzas necesarias. Me acuclille frente al desconocido. Relajé mis piernas y las extendí; quedando frente a frente, en el callejón.
Le empecé a conversar, no era muy hablador. Aunque pudo haber sido que él tan solo estaba siendo precavido. Noté que ante un leve movimiento se le podía caer su mandíbula, que estaba mayormente desprovista de dientes.
Me aburrí de conversar, ya que para eso se necesitan dos y no podía esperarlo más. Los muertos tienen todo el tiempo del mundo para seguir muertos; en cambio, los vivos estamos menos vivos a medida que sucede el tiempo.
A pesar de que lo traté de animar en distintas ocasiones para obtener una respuesta; él no se animaba a reaccionar.
Se me ocurrió invitarle unas cervezas. Nuevamente no respondió así que rápidamente volví con dos botellas que compre en la botillería de la esquina, y esta vez me senté a su lado. Abrí la cerveza rápidamente y la acerque a mi nariz en la misión de embriagar mi olfato para disimular que no me importaba el olor que desprendía mi nuevo compañero de juerga. Creo que se dio cuenta. Nuevamente: no dijo nada.
Bebimos como locos… la única complicación era que debía abrirle la botella y derramarle la cerveza en la boca. La mayoría del líquido caía… u osaba pasar por lo que se veía de su garganta, para posteriormente entrar en lo que quedaba de su carnalidad y seguidamente salir expedito al exterior por alguna abertura que tenia su cuerpo; la cual no era posible ver por su ropa. No le pregunté por detalles. Pareció captar mi sensibilidad.
Al ya acabarse nuestra cerveza parecíamos haber forjado un hilo de confianza suficiente como para ser su nuevo confidente. Por momentos creí escucharle decir que no podía contener nada, que nunca más podría poseer algo para sí mismo. Se lamentaba. La muerte tenía como condición apartarlo todo: vaciarse… no llenarse. Ya no se podía permitir los excesos. Solo un deterioro sin agonía.
Me sentí un poco conmocionado. Le dije que en mi egoísmo había escondido una petaca de whisky para mi gozo personal. No era algo que podía ocultarle a alguien que estuvo dispuesto a escuchar largo y tendido mis incontables dramas de primer mundo. Trate de excusarme de la forma más profesional posible.
—Sin esto no soy capaz de dormir —le dije, mostrándole la petaca.
Derramé todo el whisky sobre su cuerpo, o quizás debería decir… sobre el cadáver. Pensé que le iba a hacer gracia mi repentina ocurrencia, pero no parecía esbozar sonrisa. Tampoco dijo nada. Volvió a ser un cadáver de pocas palabras. Me disculpé.
Nuevamente no sabía como levantarle el ánimo así que trate con otra cosa. Me interesé por saber un poco más sobre su vida. Le hice las típicas preguntas que le hago a alguien por quien finjo tener interés. En este caso, mi interés era genuino y de una intención bastante amable.
—¿No ves que estoy muerto? —me replicó—, ¿O no lo estoy? No veo. No tengo ojos. —Era verdad. Ladeé lo suficientemente mi cabeza para confirmarlo: sólo habían unas cuencas, vacías.
—Jajaja —me reí. No sé si era la reacción que esperaba provocarme pero de igual manera me causo gracia.
Llegué a la conclusión que no podía tratarlo como a cualquier persona, así que si al preguntarle sobre su vida era por lo bajo descortés; decidí preguntarle sobre lo contrario a la vida.
—¿Cómo es tu muerte? ¿Le temes a la vida? ¿Te gustaría estar muerto por siempre?
Era la primera vez en mi vida que estas preguntas salían de mi boca y al mismo tiempo se las decía a alguien… o algo. De forma repentina los latidos de mi corazón se aceleraron. No tengo idea la razón.
Ya en confianza y haciendo las preguntas con sumo cuidado me contó algunos secretos sobre su condición, y de súbito me preguntó si podía llevarlo a un cementerio.
Pensé que su intención era encontrar a otros de su tipo. Que ya le estaba aburriendo «este vivo». Que «este está muy vivo» o yo que sé. Le comenté que en ese lugar los cadáveres llegan para permanecer muertos bajo tierra y que su tiempo en la superficie es limitado y vigilado. Que tendría que escarbar porque yo ya estaba cansado como para ayudar. Agregué que tampoco lo veía a él con muchas fuerzas como para ir de aventuras. Sentí una risa.
Llamé un taxi…
Subimos. Previo a cargarlo para dejarlo en el asiento a mi lado; le puse mi gorro para tratar de esconder parte de su putrefacta cara. El taxista dijo que nos haría una tarifa especial y que no quería problemas ajenos a su misión de llevarnos del punto A al punto B. Supuse que ningún taxista quiere provocar una mala impresión a alguien ebrio que trae por compañía a un cadáver perfumado en whisky. Me pareció un tipo amable, aunque nunca paró de sudar. Pagué. Bajamos.
Me pidió si le podía dar una vuelta por el cementerio. Que ya había estado ahí antes pero era necesario recordar un par de cosas y después me explicaría a que iba todo el misterio. Lo cargué en mi espalda. Al rato de andar, me dijo:
—Ahí. —Apunto con su mano a una tumba cercana.
Era la primera vez que lo veía mover alguna parte de su cuerpo. Por lo que creo fue instinto; alcé mi mano y también apunte al mismo punto. Saco de nuevo su mano y bajó la mía agresivamente. Quise reclamarle y en ese momento me di cuenta que ni si quiera sabia su nombre. No alcancé a decir nada porque al instante después me dio una patada al costado, como cual jinete le da una orden a su caballo para proseguir con la marcha. De nuevo no pedí explicaciones, simplemente proseguí.
Me pidió que lo recostara en la tumba que había llamado su interés. Al ya estar abajo, me dijo:
—Ahora necesito que te mates.
—¿Qué?
—Para ponerte en onda. Estamos en un cementerio.
—Espero que no hayamos venido al cementerio solo para que puedas hacerme esa broma.
—Es una broma; pero, tampoco es del todo mentira. Nunca me podrás entender si vistes tu caliente ropaje.
—Me iré.
—No quiero vivir… tu no quieres vivir…
—Claro que quiero vivir.
—Estás muerto.
—Error. Eres un cadáver y yo soy un ser vivo.
—Error —repitió—. Come tierra si te hace falta sobriedad para ver lo obvio.
Observe con más detalle y parecía estar cambiando. Si bien seguía con su hedor putrefacto “natural” y sin signos de un corazón en su interior… ahora parecía poder ver con lo que eran unos ojos rojos que despedían furia y también se le habían agrandado las entrañas que amenazaban con exponer un cuadro visual espantoso. Seguía como un cadáver; pero uno que parecía dispuesto a dar una buena pelea. Se empezó a acercar de a poco.
—Lo siento. Necesito más poder.
—Pensé que ya éramos amigos. —le dije, un tanto decepcionado.
—Pienso lo mismo pero la sed es irrefrenable. Debo consumir carne fresca para recuperarme por completo.
Parecía hipnotizado en su ansia necrófaga . Agarré una pala que vi a un costado. El cadáver se me fue acercando cada vez más. Se abalanzó contra mi. Caí. Me traté de defender con la pala agarrándola desde ambos extremos y contuve las furiosas manos del cadáver lejos de mi cuello. Su baba, caía en mi cuello; sus entrañas, rozaban mi vientre; su cara, asqueaba mi vista. La pala se rompió y aprovechó para empezar a estrangularme. Mi vista se estaba empezando a nublar cuando vi que desde el centro de su cuerpo una bolita de oscuridad empezó a crecer y crecer hasta que cubrió a todo el cadáver; y, este explotó. Quedé cubierto de su muerte, por decir poco.
Me quedé en el suelo; mirando al cielo, inmóvil. Arriba mío se asomo la cabeza de un hombre con una capa completamente de negro a excepción de una gran línea blanca que lo cruzaba por al medio.
—Este ghoul siempre me crea problemas —dijo—. Usualmente los mantengo con su población subterránea pero de vez en cuando aparece uno más listo que los demás y se aventura por la ciudad.
—¿Un qué? Y, ¿Quién eres?
—Soy Hecticius. El necromancer de esta zona. Tienes suerte que andaba por acá; vine a buscar un libro que me robó un novicio el otro día. Y un ghoul es un muerto viviente. Es parte de las artes oscuras.
—¿Me vas a matar?
—Claro que no, sino hubiera dejado que el ghoul acabara contigo.
—¿Me puedo ir? —pregunté, sollozando casi en las lágrimas.
—¿No te da curiosidad mi mundo? La oscuridad otorga beneficios.
—¿Cómo a ese cadáver?
—Al parecer igual eres de los listos. Hoy ando compasivo así que te puedes ir tranquilamente. Si ves a otras de mis mascotas por ahí tan solo diles «mort est lux» y te dejaran en paz sin mayor queja.
—Adiós
—Adiós. Vuelve una de estas noches… si te pica la curiosidad.
Me fui rápidamente, llegué a mi piso y me di una larga ducha.
«Así que hay algunos cadáveres que no están tan muertos como deberían, y se llaman «ghouls»; qué fascinante», pensaba mientras los asquerosos restos del cadáver se despedían de mi cuerpo vivo.
……
Ha pasado una semana desde este bizarro evento.
Si bien es muy pronto para considerarlo, creo que Hecticius vio en mi un potencial ¿O estaré siendo muy ingenuo?
Hoy, siendo el 30 Octubre del 1980: decidí a ir a verlo para saber de que trata esto de las artes oscuras.
Iré registrando acá mismo mis futuras experiencias tan pronto vuelva:
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