Escrito el 06/04/2015
Les presento el caso de Alberto, él iba todos los días a trabajar a su cubículo en un edificio cerca de Amunátegui, esto en Santiago centro, en la empresa de telefonía ENTEL, más que nada estaba ocupado con responsabilidades que le delegaban los cargos más altos, ósea, prácticamente la mayoría. “Es lo que hay”, “Peor es nada», es lo que se decía todas las mañanas mientras miraba la pantalla del computador encenderse . Alberto terminó trabajando acá después de haber completado sus estudios en ingeniería en informática, pero su nula experiencia y mal desempeño en variadas entrevistas (debido a que simplemente sacó la carrera a punta de 4’s) lo dejaron excluido de otras opciones más fructíferas, ahora se arrepiente de no haber estudiado lo suficiente como para compensar su tambaleante y corriente existencia.
Su rutina era de poco deleite; escuchaba el despertador, lo detenía después de un minuto y al instante se levantaba, se duchaba rapidamente, desayunaba apurado, y a veces se olvidaba de lavarse los dientes. En el metro era como un ser inerte, semejable a un maniquí, solo que él no estaba hecho a medida… a Alberto le hubiera gustado ser un maniquí.
Al llegar a su trabajo saludaba solo por cortesía, se sentaba al frente de su escritorio, prendía el computador, estaba el detalle que para su fondo de pantalla eligió un fondo negro de Google, ya que no tenía nada que lo representara como persona, solo un vacío donde ni el mismo se veía. Si me preguntan, su situación me parece bastante deprimente, por decir poco. Hasta donde sabemos no tenía familia, y si la tenía no le importaba. Él no quería ser parte de algo.
Su vida, solo era menos miserable si la comparamos con la que él se imaginaba en un futuro, su pasado era abundante en tragedias y por eso era un fatalista dominado por la idea del suicido, pero era tan pesimista que pensaba que al quitarse la vida iba a fallar y quedar en silla de ruedas o algo similar, así que estaba lejos de intentarlo. Alberto era un desastre, cualquiera que lo haya conocido lo daría por hecho, descrito como: mal humorado, sarcásticamente trágico y de incomoda compañía.
Pero, y esta vez el “pero” que tantos problemas nos da al leer una historia nos contará una bonita transición en la vida de Alberto. Nuestro desdichado personaje que era un desastre, mientras estaba en su típica rutina de trabajo, internamente… ¡Tomó una decisión! ¡Y se volvió contra su mundo! Decidió convertirse en alguien diferente: en un mimo. Si, así de súbita fue su decisión. Le pareció simple estar callado, solo usar su corporalidad e imitar a la gente, era una idea simple y decidió no cuestionar esta sorpresiva revelación.
No me pregunten si era necesario lo que hizo a continuación, supongo que es parte de una catarsis que ninguno de nosotros entendería. Sigo contándoles…. con una actitud que emanaba cero dudas, bajó al casino a pedir un encendedor, le preguntaron la razón al tiempo que se lo pasaba la cocinera.
—Ya te enteraras, Rocio —dijo sin darse la vuelta.
Subió de vuelta a su cubículo y empezó a prenderle fuego a su lugar designado, quería que sepan que ya no estaba interesado en seguir allí y ni recuerdos dejaría… y simplemente se fue, despreocupádamente.
Meses después en una cafetería Alberto hablaba con una mujer a la que él llamaba Celeste, desde la mesa de al lado un tipo melancólico escuchaba su conversación sin mayor apuro:
—Hace un tiempo no hubiera creído estar frente a una mujer como tú.
—Claramente no te conocías y tampoco a mí —reía acabando en una sonrisa.
—¿Te acuerdas cuando me acerque y no deje de insistir hasta que acepaste tomarte un café conmigo? En este mismo local.
—Como no me voy a acordar, tuve un día espantoso y me reconforto cómo tu compañía me hizo olvidar los malos ratos. Me acuerdo que iba caminando hacia mi casa, vitrineando como de costumbre, pero tratando de no ver mi reflejo en los vidrios, para no ver mi rostro hinchado por las lágrimas.
—¡Pero viste el vidrio! —interrumpió ansioso.
—Si, y te vi a ti, aunque primero pensé que eras un payaso que iba de camino al circo o algo así jajajaj, pero cuando empezaste a poner esa cara comprendí que imitabas la triste cara que yo llevaba, así que no tarde mucho en deducir que eras pariente del payaso, un mimo. Al rato ya te pregunté y no venía de ti más que silencio y muecas así que en ese momento lo tuve por seguro. No sé quién se esforzó más, tú al expresarte o yo al interpretar. Al final fuimos a tomar ese café, me desahogue horas mientras tú me escuchabas sin decir una palabra y después me contaste un poco de tu historia… admito que fue un poco difícil entender lo que me decías sin que hablaras, pero también admito que eres muy talentoso para explicarte como mimo. Aunque yo ya me hubiera salido un poco del personaje a esa altura jajaj
—Es que la situación me pareció perfecta y todo fue tan surrealista que quería seguir con esa faceta. Después de ese día comprendí porque quería hacer este arte, tenía que observar y abstraerme al mismo tiempo, y también tenía que sentir para poder “ser”. Lo primero fue imitar a la gente del metro, no es un gran esfuerzo si me preguntas, solo debía poner la cara larga y quedarme quieto, y obviamente la mayoría no se daba cuenta. El imitar a la gente triste como me encontraba yo en ese entonces, también se me hacía fácil, solo tenía que ser yo mismo pero un poco más encorvado o grande o viejo o joven o apuesto o feo, etc
Tras una larga pausa mirando su café, Alberto prosiguió:
—Con el tiempo me incomodaba no obtener reacciones, se estaba volviendo tan rutinario como antes, así que empecé a tratar de hacerles sacar una sonrisa, para mi sorpresa a algunos les incomodaba y se les veía en la mirada que querían pegarme. De todos modos, me di cuenta que me estaba sacando sonrisas a mí mismo, y después de unas semanas ya tenía mi público y eso me hacía sentir importante, al finalizar mi espectáculo, me felicitaban y no podía evitar sentirme lleno internamente. Después empecé a ir a sitios más concurridos e improvisaba un show, sacaba gente del público y la hacía improvisar conmigo, ya éramos uno con el público; era parte de algo, es cuando empecé a sentirme feliz. Como recompensa adicional ademas me di cuenta que al fin ya se estaba haciendo rentable trabajar de mimo.
—Lo que aprendí de esto es que no era la única persona que estaba mal en el mundo, veo mucha gente que no le agrada que me les acerque cuando hago mi show, pero igual hay otra que mira de lejos y lo que espero es que se vayan pensando hacia su casa como podrían ser más espontaneas, atreverse y olvidarse de sus problemas, yo me curé gracias a que salí de mi cubículo y comprendí que hay mucha más gente en mal vivir. Aunque admito, lo de quemarlo fue un tanto excesivo jajaj. Y de lo que me di cuenta es de que existía gente con problemas reales y sentimientos complejos en mi entorno… empecé a interactuar, a disfrutar y a intentar que los otros disfruten conmigo.
— Mira tú, que inspirado y sensible que andas hoy, me parece fascinante. Me agrada ¿ Y… —siguieron hablando de lo que hicieron en el verano, que fin de semana iban a quedar para ir al cine o el teatro, sus fantasías, sus vergüenzas; en fin, a conocerse.
Y en lo que va al tipo que los estuvo escuchando todo el tiempo, este pidió la cuenta y después que se levanto fue donde Alberto y le dijo:
—Gracias. —Con lo que se retiró para ir a formar su propio futuro.
Como se habrán dado cuenta Alberto había resuelto parte de su vida, ya no le importaban los peros así que siguió viviendo dejando atrás sus miedos y lamentos. Nada le aseguraba que esto duraría, pero él no dura, él solo es el presente de sí mismo. Y al parecer tenemos algo en común, coincidimos en que lo del quemar el cubículo fue un tanto excesivo…