Esto lo escribí el 23 de Febrero, y estaba guardado por ahí. Era para un concurso sobre temática de la pandemia o algo por el estilo. Hice algo corto simplemente para tener algo que enviar. Quizá mi propuesta debió apuntar a otro estado anímico jaja
Yorgi veía esta situación como algo favorable. Debido a su interés propio, no tenía por costumbre considerar la poca fortuna de los demás.
Si bien su vida era muy corta como para recorrer el mundo, era lo suficientemente larga como para recorrer algunos parques y restaurantes en donde más de una copa de vino había dejado unas pocas gotas para embriagar sus aventuras.
Estamos hablando de una pequeña mosca que al fin pudo volar libre por todos los lugares ahora abandonados en donde antes no era recibida.
Superó diversas adversidades, tales como: escapar de las garras de diversos gatos callejeros, esquivar las gotas de las lluvias acidas de la ciudad, encontrar la basura perfecta sin entrometerse con otras moscas de mayor tamaño, eludir las aburridas conversaciones con las abejas, y un sin fin de otras circunstancias.
Ya en el último día de su vida, su intuición le decía que su alma de insecto se desprendería pronto de su organismo.
Su despedida fue acompañada de una situación que con toda seguridad le hubiera parecido conmovedora de no haberse ido tan prematuramente:
Un chico conversaba con su madre en una banca, estaban con las mascarillas puestas. La madre parecía apurada pero el chiquillo no mostraba signo de querer irse, al contrario; parecía muy cómodo viendo el rocío que había maquillado la mañana.
Yorgi, antes de sus últimos estertores, se posó sobre el hombro del chico y le pareció lo suficientemente calentito como para irse al otro mundo sin mayor queja. Sin embargo, no pasó inadvertido por mucho rato.
–Mira una mosca –le dijo la madre al chico–. No te muevas que la mato.
–Espera, en las noticias lo único que hacen a diario es hablar de muerte, y el abuelo me dijo que todo está empeorando… además no te ha hecho nada.
–Son asquerosas… y ya hablaré con el abuelo.
–Yo la saco –se apresuró a decir el chico.
Se sacudió un poco el hombro y la mosca cayó sobre su pierna, en una pequeña hendidura de sus arrugados y fríos pantalones.
–Mira… se murió del susto.
–No he sido yo… –dijo la mama, alzando la palma de su mano.
–¿El virus? ¿También mata moscas?
–No creo. Viven poco…es normal. Es como esas moscas de tu pieza que están amontonadas en la ventana. Te dije que si no limpias debajo de la ventana siempre acaban ahí; las cochinas. Además, nunca cierras tu ventana.
–¡Mamá! ¡Basta!
» ¿La puedo enterrar?
–Ehmmm, supongo que sí –dijo un poco incomoda.
El chiquillo hizo un pequeño hoyo con su dedo índice en la tierra, por debajo del banco.
–Espero que te juntes con tus otras amigas.
» ¿Mamá?
–¿Qué pasa Miguel?
–Tenemos que estar juntos. ¿Cuántos años cumplirás ya? –le preguntó sin quitar la mirada de la pequeña tumba donde estaba la ya silenciosa mosca.
–No te preocupes. No me pasará nada, y a ti tampoco.
–El abuelo…
–Te dije que hablaré con él.
El pequeño Miguel arrancó un poco de pasto y lo puso sobre la tumba de la mosca. Se ajustó la mascarilla y tomó a su mama de la mano.
Sostuvo una débil mirada hacia los ojos de su mama.
–Quiero volver a casa.
–A la tarde haremos panqueques para todos –le sugirió con una sonrisa, ya de pie.
Miguel sonrió de vuelta y volvieron a casa sin soltarse las manos.