Ilustración de autoria propia
Mi anecdota con la Tierra
He viajado y adquirido muchas formas porque nunca me quedo en un mismo lugar, viajo de estrella en estrella conversando con las distintas expresiones de vida para ver si puedo solucionar algunos de sus problemas con mi experiencia como guardián de la vida en el universo, entre otras cosas.
No me está permitido intervenir con mucho entusiasmo, pero hace tiempo que deje de lado esas normas, con el tiempo me fui dando cuenta que solo son una forma de recordarnos que no podemos quedarnos en un mismo lugar por mucho tiempo. Debemos desprendernos de lo material, primero porque no somos materia y también porque si algún afecto nos cala, es como como si un abrazo y una sonrisa nos fuera entregado y no pudiéramos devolverlo… es nuestra condena el no poder estrecharlo la mano a los que observamos o no poder disfrutar de pequeños gestos como acercar delicadamente una flor a los ojos atentos de una frágil criatura. Vivimos en distancia.
Solo podemos observar, tomar nota y proceder según lo que esté al alcance de nuestras capacidades.
«Hay un planeta… Ya hemos ido pero no tiene solución. Podrías ir a visitarlo antes de que deje de existir»: es lo que me dijo mi superior antes de llegar acá… a lo que ahora es un espacio vacío en donde una vez estuvo lo que sus habitantes llamaban: La Tierra.
Esto ya hace unos cien años -mi edad es de 1340 años por cierto, considerado aún un joven entre mis pares-, bajé a la Tierra y me posé sobre unas nubes bajas. Ellas fueron mi primer contacto con una forma de vida de este planeta. Porque… ¡ Sí !, a diferencia de la limitada percepción del ser inteligente común, hay vida en todo conjunto símil de características propias como en cualquier organismo independiente… pero más que explicar los fundamentos de la vida, se trata de sentirla y saber que esta ahí.
Usualmente adopto alguna forma familiar al ambiente, en este caso me apropie de la imagen de una gaviota. Mi forma verdadera no es una forma sino algo así como una corriente de aire, solo la perciben sensibilidades desarrolladas.
Como decía, estaba a las faldas pomposas de una nube y cuando me sintió se enfrió como advirtiendo una incoherencia… después de todo, no están acostumbradas en su volátil vida a no ser atravesadas o apartadas. Raro era el caso en que la compañía no fueran sus lágrimas u otras nubes en una situación similar.
—Vete ya, no quiero que me veas llorar. Se acerca la tempestad —me dijo la nube, formando unos ojos y una boca en unos huecos que se agrandaron y por los que se conseguía ver a través de ella.
—No deberías llorar sola.
—No lo estoy.
En ese momento miré a mi alrededor, y claro… habían muchas otras compañeras nubes; de todas las formas y extensiones, e igualmente fueron ahuecándose para dar forma a ojos y bocas.
—No lo está— dijeron varias nubes de alrededor.
—Bien… Pues, siento que no puedan evitar llorar —no supé que mas decir.
—No es ese el problema, el problema es que nos quema —dijo la nube que estaba a mi espalda, esta se asemejaba al rostro de una niña con pelo crespo, o eso es lo que me imaginé con la ayuda de su fragil voz.
—¿Les quema? ¿Cómo? Según tengo entendido las lágrimas tienen agua, no hay ningún componente ácido o por el estilo que provoque esa reacción.
—Es que ellos nos queman —respondió la nube en la que estaba parado bajo mis dos patas. Aprovechó el viento para formar una mano que salió cerca de su cara y que apuntaba directamente hacia abajo.
—¿Ellos? ¿Dónde? —dije mirando hacia abajo, no había nada… solo lo que parecían ser vastas construcciones de cemento.
—Es de noche, espera unas horas y verás lo que intento decir. Lamentablemente el viento no nos desplazará. No nos gusta este lugar. Me alegra cuando nos llevan al mar… —agregó.
Así que esperé… asumí la forma de una nube al pasar las horas, me pareció mas sensato al estar en compañía de ellas.
Al amanecer ya y presentarse el sol, pude entender al fin lo que intentaban decirme las nubes.
Vi pequeños puntos moviéndose, saliendo de las construcciones y entrando en otras.
Me acerque para poder mirar mejor.
«Interesantes seres estos bípedos», pensé.
Me di cuenta al instante lo que querían decir las nubes. Estos seres al entrar a sus latas con ruedas que al parecer ocupaban como móvil de desplazamiento empezaban a despedir tóxicos desde un tubo de estas latas. Desagradable. Muy desagradable la sensación. Además vi desechos en el piso, bípedos inhalando contaminantes que al parecer les provocan placer. Mucho ruido, mucho ruido. Sin duda entiendo a las nubes cuando dicen que prefieren el mar.
Pero debo decir que no me extraño de ninguna manera. Cuando surge una civilización es frecuente que empiecen a perderle el miedo a todo, son un organismo peligroso y si se adueñan de su entorno lo pueden explotar hasta que no quede nada.
Pensé en asumir su forma y hablar con ellos pero no quería perder el tiempo, pues de todas maneras me habían dicho que sus días estaban contados.
No debí involucrarme, lo sé, pero soy caprichoso.
Saque de uno de mis bolsillos, bolsillos del universo les digo porque no tienen borde que se pueda alcanzar, o por lo menos yo no los he alcanzado aún. De uno de estos bolsillos saqué un aparato que suelo usar para modificar las leyes de la física con las subrealidades que conciernen a la imaginación. Se trata de una lupa gigante, que absorbe mis comandos vocales con la respectiva intención y los dirige a donde esté enfocándose, algo así como un rayo de sol concentrado a través de un filtro.
Mis comandos fueron bien simples: ya no harán sufrir más a las nubes. ¡Qué donde hayan homo sapiens no hayan nubes y que en vez de la ciclicidad del agua, que lo que se evapore sean sus sentires! ¡Qué se formen aglomeraciones de sus pensamientos en el cielo y caigan emociones en vez de lluvia. Solo de esa forma saciaran su sed y cultivarán lo que proyecten sus pensamientos e intenciones.
Pues, hice eso… y después me di a la tarea de guardar a todas las nubes enfermas que encontré. Todo cielo que cubriera a estos llamados humanos estuvo claro por unos días…
Donde la ira primaba llovió ira y las cosas no terminaron tan bien…
Donde había dulzura, llovió dulzura y la ternura se respiraba en el aire.
La gente no tardo en entender la reciprocidad de la naturaleza según como se comportaban con sus semejantes, con los animales, los arboles, en fin… con todo.
Ahora ¿Por qué desapareció?
Puesto, esto me lleva a la conversación que tuve con la estrella que esta a cargo de este sistema solar.
Subí, y me presenté ante el sol.
—Tanto tiempo —me dijo.
—Sol, debes vigilar a la Tierra. Cuidadla.
—¿Qué ha pasado?
—Cambie un poco su ecosistema… lo que quiero decir es que deberías pensar en cuidar de otro planeta… quizá hasta otro sistema solar.
—¿Tan grave es?
—Mira estas nubes. Están gravemente enfermas.
—Oh… esta bién… vigilaré de cerca a los humanos… le informaré también a Luna cuando nos veamos en el eclipse.
—Esta bien, queda en tus manos entonces….
Entonces viajé a otra estrella sin planetas, sola… solitaria. Le obsequie una esfera de un décimo de su tamaño, le agregue agua y libere a las nubes. Estas me agradecieron mucho el viaje y se sintieron aliviadas cuando supieron que eran parte de la naturaleza: y la naturaleza, en este espacio, se pertenecía a sí misma.
Hablé con la estrella elegida y le dije que si podía hacerse cargo de este pequeño ecosistema podía pensar en incluir otros planetas a su tutela. Sin más prisa dio una respuesta típica de un nuevo sol: “Ya era hora’’.
Me tomé la siguiente semana libre donde estuve en unas de mis estrellas favoritas, en el recorrido de vuelta a mis deberes me topé con una extraña sorpresa: iba saliendo de la atmósfera de uno de los planetas, en mi forma original, y percibí una luz al costado… era conocida. Familiar.
—No puede ser… —dije para mis adentros.
Me acerqué y era el Sol de la Tierra… el de las nubes.
—¿Cómo llegaste acá?
—Me dijiste que los vigilara.
—Si, no que te movieras.
—Pero es que ya no puedo hacerlo más.
—Explícate.
—Mejor velo por ti mismo.
En ese momento el sol se corrió un poco y pude ver a la Tierra aun en órbita, solamente la tierra… nada de Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón.
—¿Y los otros? —pregunté.
—Tomamos caminos distintos… u órbitas si les quieres llamar así.
Con toda esta insensatez solo me quedaba ver que había pasado con la Tierra… pues, me acerqué lo suficiente para darme cuenta que se estaba volviendo una bola roja… más intensa que Venus y mas lúgubre que Plutón.
—¿Qué paso? Con vigilar igual quería decir… cuidar, en lo posible… podrías haber mandado un cometa a avisarme.
—Deja explicarme, todo pasó muy rápido. Fue como un efecto bola de nieve… aunque nunca he visto una… sabes, porque si me acerco a la nieve….
—Sigue con lo de la Tierra.
—Si, perdón… lo que sucedió fue que como empezaron a evaporarse los pensamientos y sentimientos después lo que causaba la lluvia era de una naturaleza bastante irreal, sobrenatural diría yo. Al final, del mundo se apoderó el odio y muchas personas… dejaron de existir… solo sobrevivieron las personas que vivían cerca de la naturaleza… esto de los pensamientos y sentimientos igual se evaporaba de la consciencia de animales, arboles y plantas. Solo pensé que correspondía a los humanos el poder generarlos… cada año luz se aprende algo nuevo.
—Si, si. Esa era mi intención. Pero ¿Por qué esta en llamas?
—Es que al traerlo conmigo se me quemó…
—¿Que… que acaso es un chiste?
—No. Se quemó.
—Ah… creo qué… es mi culpa.
—Pero no se quemó nada de lo que piensas.
—¿Que quieres decir?
—Que esta bola de fuego es la Tierra, si: lo es; pero la traía como evidencia del cadáver en que se convirtió.
—Sigue hablando…
—¿Te acuerdas que enviaste un cometa para decirme que habías dejado a las nubes en un naciente sistema solar?
—Así es.
—Pues, en el momento del eclipse le conté a Luna lo sucedido y simplemente se fue, no sé a donde; siempre con sus misterios… Bueno, el tema es que después del eclipse sacudí al planeta y con ayuda de los otros planetas deposité toda la fauna y… en fin, deposité toda vida restante allí donde dejaste las nubes. Por cierto, estaban aterradas cuando aparecí pero después se aliviaron cuando veían que traía espécimenes sanos. Así que dime, ¿También sabias que pasaría esto?
—No…
—Ah entonces, debió cosa del padre universo.
—Puede ser…
Y esa es la historia de la Tierra, espero que el nuevo planeta que he bautizado -aunque nadie se entere nunca- como El Agua, tenga un mejor porvenir.
Y claro, estoy acá como dije al principio… en un espacio vacío donde antes estaba la Tierra… y no hay ninguno de los otros planetas… a excepción de uno que siempre ha vivido en discordia: Plutón… entre planeta y planetoide no supo donde quedarse, si seguir a los otros o deambular… al final quedó solo… ni un asteroide lo acompañó….
Siendo regente del misterio y la muerte con Plutón las conversaciones siempre son un poco profundas… de lo que me quedó presente después de un eterno blah blah filosófico es que debe ir a terapia de forma urgente. En cuanto a mi punto final para esta gran anécdota, escribí en mi pequeña libreta “Homo sapiens sapiens ~ caso 32324” en la hoja que tiene por título “Especies extintas por mezclar soberbia con inteligencia”.